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Cuando aún éramos recién casados mi esposa y yo estuvimos en el centro de Hamilton, Ontario. Mientras entrábamos en un ascensor lleno de gente, un hombre blanco me empujó y dijo: "¡Fuera de mi camino, chino amarillo!" Más tarde, cuando extendí mi mano para apretar el botón de mi piso, diciendo: "Disculpe", él dijo: "¡No hay excusa para ti, chino amarillo!" Mi esposa, que es blanca, se quedó atónita. No supe qué hacer. Nunca antes había experimentado un racismo tan flagrante. Claro, ya había experimentado antes el ocasional grito "vete a casa" al pasar un auto, pero nunca algo tan directo a mi cara. Durante todo el ascenso, me preguntaba si debería decir algo. Temía enfrentarme al hombre. Tampoco quería ser esa persona enojada de una minoría. Mi crianza china hizo énfasis en la paz, la armonía y la modestia. Todos salieron apresuradamente del ascensor cuando se abrieron las puertas, terminando un recorrido insoportablemente silencioso.

Ese silencio general y la falta de reacción de parte de todos los demás hicieron que me sintiera solo y contribuyó a mis inseguridades, siendo yo la única persona diferente en ese trayecto en el ascensor. Me pregunto ahora si el silencio y la falta de reacción ante su primer insulto racial sólo envalentonaron al hombre a hacer el segundo. En retrospectiva, probablemente debí haber dicho algo, firme pero educadamente. Pero yo era joven, inexperto y no estaba preparado.

En su artículo " Combatiendo el antisemitismo", Doug Bratt escribió acerca de cómo el silencio frente al antisemitismo es peligroso porque el silencio protege y permite que florezcan el odio y la violencia (pág. 12). Bratt instó a los cristianos a que se pronunciaran contra el racismo antisemita. De hecho, por amor a Dios y al prójimo, tenemos el deber de hablar en contra de cualquier forma de racismo.

Tras las muertes injustificadas de estadounidenses negros -George Floyd, Ahmaud Arbery y Breonna Taylor- y la ola mundial de protestas por salvaguardar las vidas de los negros, y en Canadá también por las vidas de los indígenas, muchos se están pronunciando contra el racismo, incluyendo la ICR (p. ?). Y me uno a ese coro en apoyo de las vidas de los negros y los indígenas.

Los negros y los indígenas están hechos a imagen y semejanza de Dios y merecen justicia e igualdad de trato por parte de individuos y de instituciones. El Informe Sinodal de la ICR de 1996, La familia diversa y unificada de Dios, afirma que el racismo es un pecado y "puede manifestarse tanto interpersonal como institucionalmente".

Sin embargo, hay voces contrarias entre los cristianos, especialmente los blancos, que niegan el racismo sistémico; o que contrarrestan la declaración "las vidas de los negros importan" con "todas las vidas importan". Incluso el Consejo de Delegados de la ICR tuvo disconformidad (p. ?). Estos cristianos pueden ser bienintencionados, pero quiero que ellos sepan que estas acciones son hirientes a la mayoría de la gente de color, especialmente para los negros y los indígenas.

No cuento con el espacio aquí para argumentar la existencia del racismo sistémico o para explicar ampliamente por qué es erróneo responder con "todas las vidas importan". ¿Pero podrían imaginar que sentiría si yo hubiese dicho algo en ese ascensor hace años, y, en lugar de apoyarme, los presentes empezaran a negar los hechos diciendo, "Eh, yo no escuché un insulto racial"? ¿O si dijeran: "Debes tener cuidado de no herir sus sentimientos; sus sentimientos también son importantes"? Me habría sentido traumatizado por segunda vez por las personas presentes. Y creo que eso es lo mismo que muchos negros e indígenas sienten cuando enfrentan ese tipo de respuestas y negaciones a sus clamores por justicia e igualdad. Esto sucede cada vez que claman.

La gente de color experimenta un trauma racial como resultado de generaciones, o por lo menos toda una vida, de racismo. Tales negaciones están retraumatizando a muchos de ellos.

Así que, por amor a Dios, por favor, preste cuidado.

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