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En mi editorial anterior ("La gentileza no es opcional", enero 2023), mostré cómo la gentileza no es opcional para los cristianos, incluso cuando persiguen un objetivo urgente y noble como acabar con los abortos o con el racismo. Pero algunos podrían pensar que debería haber excepciones.

Obviamente, cuando nos enfrentamos a violencia y un daño físico inmediato, no podemos permitirnos el lujo de ser gentiles y debemos defendernos a nosotros mismos y a los demás. Me estoy refiriendomás bien a nuestra dureza verbal en los desacuerdos con nuestros adversarios ideológicos.

Pero, algunos podrían argumentar, Jesús fue severo con sus oponentes, denunció a los fariseos como hipócritas y "camada de víboras" (Mt. 23:33). Piensan que el ejemplo de Jesús les da licencia para ser mezquinos, insultantes y severos. Pero tenemos que entender el comportamiento de Jesús en su contexto.

Jesús hablaba con severidad casi sólo a los líderes religiosos y políticos santurrones. Era amable con los clasificados como "pecadores", como las prostitutas o los recaudadores de impuestos. La única excepción, al parecer, fue la mujer cananea (Mateo, 15:21-28; Marcos, 7:24-30), a la que Jesús agrupó, por analogía, con los perros. Pero si comprendiéramos las costumbres y el contexto social de la época de Jesús, nos daríamos cuenta de que Jesús no sólo estaba poniendo a prueba la fe de la mujer gentil (prueba que superó con creces), sino que también corregía los prejuicios anti-gentiles de sus discípulos que le observaban.

Cuando Jesús pronunció los conocidos ayes sobre los fariseos en Mateo 23, no fue su primer conflicto con ellos. Jesús ya había tenido choques con ellos a partir de Mateo 9, cuando curó al paralítico, a lo que siguieron otros encuentros. Sólo empezó a llamarlos "camada de víboras" en Mateo 12, después de que los fariseos conspiraran para matarle (Mateo 12:14) y le acusaran (por segunda vez) de ser siervo de Satanás (Mateo 12:24). Aún así, Jesús respetó a los fariseos y escribas y les dio el crédito que se merecían (Mateo 23:2-3; Marcos 12:34). Y con fariseos como Nicodemo, que buscaban la verdad genuinamente, Jesús no fue severo (Juan 3).

Por último, aquellos ayes a los fariseos terminaron con un sentido lamento por Jerusalén (Mt. 23:37-39). Jesús anhelaba reunirlos amorosamente, como una gallina con sus pollitos. Las severas palabras podrían haber sido el único (¿y último?) recurso de Jesús para romper su obstinado y farisaico orgullo. Jesús, en su sabiduría y discernimiento divino, conocía el corazón de las personas de un modo que nosotros no podemos conocer. Por lo tanto, realmente  no deberíamos utilizar estos extraordinarios ejemplos de Jesús con los fariseos para justificar nuestra tendencia pecaminosa de ser hirientes y mezquinos.

Muchos piensan que la purificación del templo por parte de Jesús fue una muestra de ira y violencia. Sin embargo, el relato de Marcos muestra que Jesús en realidad fue al templo el día anterior y "lo observó todo" (Marcos 11:11). Volvió al día siguiente para expulsar a los cambistas y mercaderes (11:12-17). Jesús no perdió los estribos en un momento de ira desenfrenada. Más bien, reflexionó durante la noche sobre lo que vio en el templo y decidió montar una protesta pública simbólica contra la comercialización del templo, entre otras cosas. Aunque hizo un látigo de cuerdas (Juan 2:15), lo más probable es que sólo fuera para ahuyentar a las ovejas y al ganado y no lo utilizara con ninguna persona. De lo contrario, los líderes religiosos le habrían acusado de violencia física.

Se puede decir más sobre todos estos acontecimientos, pero mi punto es que no podemos elegir por conveniencia los conflictos de Jesús con los fariseos para justificar ser severos, groseros o incluso crueles en nuestro trato con quienes no estamos de acuerdo.

 

 

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