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Me preocupa el proverbial “pendiente resbaladiza” en la práctica, incluso en la teoría, de ganarse el favor de Dios haciendo lo correcto y creyendo lo correcto.

Amo profundamente la doctrina reformada de la gracia de Dios. Es una de las razones por las cuales amo la tradición reformada y la Iglesia Cristiana Reformada. El folleto Lo que significa ser reformado: Una afirmación de nuestra identidad (2006) define la gracia como "el favor inmerecido de Dios hacia quienes son indignos de recibirlo. La gracia es el amor que Dios da gratuita, libre e incondicionalmente a las personas que no pueden hacer nada para obtenerlo, pero que sólo pueden recibirlo como un regalo. ... La gracia es la verdad sorprendente de que nada de lo que nosotros hagamos logrará que Dios nos ame más o menos. Él nos ama porque es rico en amor" (pp. 35). Es un bálsamo para mi alma enferma, porque sé que nunca podré ganarme el amor de Dios. Nada de lo que hagamos—ya sea de palabra, obra o pensamiento—puede hacer que Dios nos ame más o nos ame menos. Siempre pensé que este era un énfasis reformado.

Por lo tanto, siento la necesidad de hacer una advertencia. Aunque bien intencionado, el reciente celo del sínodo por disciplinar no sólo a quienes se comportan de forma diferente, sino también a quienes creen de forma diferente, podría enviar inadvertidamente un mensaje equivocado: que el favor de Dios está condicionado a que actuemos "correctamente" y creamos "correctamente". Sin un énfasis compensatorio en la gracia y la compasión, toda la energía y la urgencia dirigidas no sólo a proclamar que algo está mal, sino a clarificar y codificar normas para disciplinar o excluir a quienes piensan de otro modo, puede enviar ese mensaje equivocado.

Me preocupa el proverbial “pendiente resbaladiza” en la práctica, incluso en la teoría, de ganarse el favor de Dios haciendo lo correcto y creyendo lo correcto. Ese no es un énfasis histórico reformado, aunque a menudo es una tentación para los cristianos reformados. El teólogo reformado del siglo XIX Herman Bavinck advirtió sobre una postura de «rectitud por la buena doctrina» («The Certainty of Faith», p. 26), con la que pensaba que sus compañeros protestantes estaban coqueteando peligrosamente, en contraste con la tendencia de los católicos de «rectitud por las buenas obras». Cualquiera de las dos posturas nos aleja de la gracia de Dios, del favor inmerecido de Dios.

Las buenas obras, la obediencia y—en mi opinión—incluso la buena teología no nos ganan el favor de Dios. Son, más bien, nuestras respuestas de gratitud a Dios y muestras de que depositamos nuestra confianza correctamente: en Cristo. El folleto Lo que significa ser reformado también habla de la gratitud como un énfasis reformado:

Una de las características más significativas del Catecismo de Heidelberg es el lugar donde está colocada su enseñanza sobre los diez mandamientos. De las tres secciones del Catecismo—nuestra culpabilidad, la gracia de Dios y nuestra gratitud—los Diez Mandamientos están colocados en la sección de la gratitud. Los cristianos no obedecen a Dios para deshacerse de su culpa o para ganar su salvación. Obedecen porque Dios ya les quitó su culpa y les ha dado el regalo de la salvación. La obediencia es la forma cristiana de darle gracias a Dios por el regalo de la salvación, no la manera de ganársela (p. 45).

Mi temor no es que cambiemos nuestra teología escrita, alejándonos de la salvación por la sola gracia de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Pero sí temo que nuestra teología tácita en la práctica pueda derivar en una ansiosa vigilancia de nosotros mismos y de los demás, tanto en las acciones correctas como en el pensamiento correcto, con el fin de ganarnos el amor y el favor de Dios. Me temo que nuestro enfoque se está inclinando a trazar límites para el amor de Dios en lugar de explorar con gratitud las profundidades del amor de Dios. Oro para que no sea así.

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