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Si aplicamos la misma cantidad de esfuerzo que requiere nuestra hipervigilancia sobre ciertos pecados sexuales para prevenir el abuso de poder en nuestros círculos, haríamos grandes avances.

La denominación protestante más grande de América, la Convención Bautista del Sur, fue sacudida recientemente por reportes de más de 700 casos de abuso sexual por cerca de 400 líderes de iglesia abarcando un período de 20 años. Por si fuera poco, algunos líderes denominacionales sabían de los problemas, pero no detuvieron a los responsables. Por cierto, muchos fueron reincidentes que dejaban una congregación sólo para abusar en otra. Esta es una horrible, pecaminosa y grosera traición a Dios y al pueblo de Dios. Y nosotros, la Iglesia Cristiana Reformada, no somos inmunes a tales males.

Cuando el Sínodo 2018 debatió la Propuesta 2 el año pasado, casi todos los delegados levantaron la mano para indicar que sabían de alguien que había experimentado abuso. ¿Cuántos en nuestras iglesias han sufrido abuso físico, emocional y/o sexual? ¿Cuántos han sufrido en silencio y todavía no han denunciado? ¿Cuántos han dejado iglesias que no lograron lidiar adecuadamente con el abuso?

Nuestra denominación tiene una oportunidad para proteger mejor a los vulnerables entre nosotros. Como seguimiento a la Propuesta 2, un informe sobre cómo abordar el abuso de poder en la ICRNA va a llegar al Sínodo 2019. Este informe considera 10 recomendaciones, que incluye exigir la formación obligatoria en prevención del abuso para cualquiera que entra al ministerio, un código de conducta para todo el personal del ministerio, y un mejor registro de los casos. Estos pasos están muy atrasados. Si queremos evitar la suerte de la Bautista del Sur, debemos implementar estas recomendaciones.

No tenemos buenas excusas para no hacerlo. Los pastores deben abrir las puertas a dicho entrenamiento y código de conducta.  Los pastores han de cuidar al rebaño de Cristo, y medidas adicionales de rendición de cuentas ayudarán a proteger el rebaño. Si nuestras manos y corazones están limpios, no tenemos nada que temer de una mayor supervisión y transparencia.

No estamos hablando sólo acerca de abuso sexual o abuso físico sino también de abuso emocional. ¿Podemos hablar sobre acoso espiritual? ¿Ha ocurrido acoso en nuestras iglesias? ¿En nuestras salas de consejería? ¿Desde el púlpito? ¿En nuestras secciones de comentario en línea? Y no son solamente los pastores quienes podrían abusar; ellos mismos pueden ser acosados por ancianos o miembros de la iglesia. Cualquiera puede ser abusivo.

El informe sinódico también observa factores culturales que pueden fomentar el abuso de poder, tales como demasiada deferencia a la autoridad, demasiada lealtad a los líderes, o una descomunal preocupación por la reputación. Así que, una de sus recomendaciones es crear una cultura que prevenga el abuso de poder. Esta es una recomendación importante, aunque difícil de lograr.

Por difícil que sea, aún así debemos intentarlo, por fidelidad al llamado de Cristo de amarnos unos a otros tal como Él nos amó. Si las ideas tienen consecuencias, entonces debemos buscar el origen de frutos abusivos hasta sus raíces culturales y erradicarlos. En su lugar, tenemos que promover ideas y prácticas que lleven buenos frutos.

Sí, esto requiere mucho trabajo. Pero si aplicamos la misma cantidad de esfuerzo que requiere nuestra hipervigilancia sobre ciertos pecados sexuales para prevenir el abuso de poder en nuestros círculos, haríamos grandes avances. De lo contrario, nuestra hipocresía espiritual quedará expuesta.

Oro que el sínodo y nuestras iglesias harán lo correcto e implementarán pasos para proteger a las personas vulnerables. Ya ha habido demasiado dolor y sufrimiento. Pero también confío en el poder de resurrección de Dios para traer vida y bien, a partir del dolor y sufrimiento.

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