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A Ezequiel le preocupaba si Dios había abandonado a su pueblo elegido a causa de sus pecados de idolatría e injusticia.

¿Está Dios con nosotros? Quizá ésta es la mayor pregunta a la que nos enfrentamos. A menudo es una pregunta que nace de nuestro más profundo dolor: junto a la cama de un ser querido moribundo, mientras se asienta el polvo de un terremoto, o cuando recibimos una llamada nocturna sobre un accidente de transito.

Algunos se preguntan si Dios existe. Pero para la inmensa mayoría de la humanidad, la mayor pregunta vital no es si Dios existe (de alguna u otra forma), sino si Dios está fundamentalmente orientado hacia nosotros.

“¿Está Dios con nosotros?” es una pregunta clave en el libro de Ezequiel—sí, Ezequiel, el excéntrico profeta que se encontró a orillas del río Quebar teniendo visiones de querubines alados y con ruedas cubiertas de ojos, la misma figura enigmática que cavó un agujero en la pared de su casa, se acostó de un lado durante 390 días y no derramó ni una lágrima cuando murió su esposa. Este mismo Ezequiel luchó con la pregunta “¿Está Dios con nosotros?”.

Ezequiel acabó exiliado en Babilonia al comienzo de varias décadas de enfrentamientos entre la pequeña nación de Judá y el poderoso Imperio babilónico. Mientras Ezequiel vivía en Babilonia, estos enfrentamientos alcanzaron su punto culminante con la destrucción de Jerusalén y su templo, la conquista de Judá y la deportación de sus últimos habitantes en el año 587 a.C.

Estos cataclismos afectaron personalmente a Ezequiel, pero es evidente por las profecías de Ezequiel que su mayor preocupación no era su propia circunstancia. En cambio, le preocupaba si Dios había abandonado a su pueblo elegido a causa de sus pecados de idolatría e injusticia.

En el capítulo 10, Ezequiel tiene una visión de la gloria de Dios saliendo del templo de Jerusalén. Era la misma gloria que acompañó al pueblo de Dios durante su peregrinación por el desierto en Éxodo. Era la misma gloria que entró en el templo cuando fue dedicado por Salomón (2 Crón. 7). La gloria de Dios en el templo había sido una señal irrefutable de que Dios estaba con el pueblo de Israel en todos sus éxitos y fracasos.

La visión de Ezequiel fue el fin de eso. La confirmación de la visión de Ezequiel ocurrió cuando el ejército babilónico saqueó y demolió el templo (Jer. 52:4-30). En efecto, Dios había abandonado el edificio.

Aunque no muchos de nosotros hemos sido despojados y exiliados por la guerra y el hambre, la mayoría hemos sentido una sensación de soledad que nos lleva a preguntarnos si Dios está con nosotros. Tal vez la sintamos en nuestra familia, donde reina un silencio tenso en lugar de un amor resplandeciente. Tal vez sea ahí donde algunos de nosotros nos encontramos colectivamente. Hace tanto tiempo que no sentimos el calor de la presencia de Dios en nuestro culto y ministerio comunitarios.

Hay buenas noticias, amigos. En Adviento se nos recuerda que, en efecto, Dios está fundamentalmente orientado hacia nosotros. Dios se hizo carne e hizo su hogar entre nosotros. Cristo ha venido.

La historia de Ezequiel termina a orillas del río Quebar con una visión final en el año 25 de su exilio (el año 14 después de la destrucción de Jerusalén). En esa visión, Ezequiel ve un nuevo templo dedicado al culto puro del Señor. En ese nuevo templo entra la gloria del Señor y se desborda, convirtiéndose en un río vivificante y nutritivo (Ez 43).

¿Y cuál es el nombre de la ciudad donde se ha construido ese templo? “EL SEÑOR ESTÁ AQUÍ” (Ez. 48:35).

Hermanos y hermanas en Cristo, que Dios les bendiga con su presencia sobreabundante en este tiempo de Adviento. Dios realmente está con nosotros.

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